HOMENAJE A MI AMIGO: JOSÉ RODRIGUEZ (EL RUSO)
Ayer recibí la revista PLATAFORMA nº 74 y por ella me enteré del fallecimiento de un amigo y compañero de hospital, de trabajo, de solaz y de fatigas. Ayer me enteré de la defunción de mi amigo: José Rodríguez (El Ruso); un tetrapléjico simpático, valiente y trabajador que conocí en 1.970 cuando yo tenía 21 años. Al enterarme de su muerte no pude evitar que se me inundaran los ojos de lagrimas al tiempo que recordaba cómo y dónde lo conocí y todo aquello que compartimos durante los nueve meses que convivimos en el mismo hospital.
La primera vez que vi aquel tetrapléjico fue a mediados del mes de junio de 1.970 cuando por primera vez los celadores, Tomás y Manuel que empujaban mi cama, me llevaban al gimnasio donde me subirían en un aparato que llamaban: el plano.
Yo llevaba aproximadamente tres semanas ingresado en la habitación 512 de la Residencia Virgen de la Salud de Toledo y si alguna vez había salido de mi habitación había sido cuando me llevaron a rayos X; y recuerdo que aquel día, que me llevaban al gimnasio, al cruzarnos en el pasillo con aquel tetrapléjico los celadores lo saludaron, llamándolo con el nombre Ruso, bromeándolo con cariño al igual que el a los celadores. Recuerdo que, además del nombre, lo que más me llamó la atención de aquel tetrapléjico, moreno con el pelo negro ondulado, ojos saltones y que a pesar de ir sentado se le veía que era una persona de considerable estatura, fue que a pesar de que tenía los brazos y manos casi paralizados movía su silla con mucha voluntad y mucha más dificultad, empujándola apoyándose en los tacos que estaban atornillados en los aros de las ruedas, con el dorso de sus inertes manos. Dificultoso menester que siguió haciendo durante muchos años hasta que aparecieron las sillas eléctricas.
La estancia de los parapléjicos en aquel hospital era diferente a la de otros hospitales. Todos aquellos que podíamos movernos, ya fuera en silla o en camilla, desayunábamos juntos en el comedor donde después hacíamos unas tablas de gimnasia sueca. También allí comíamos, cenábamos, veíamos la televisión y los domingos escuchábamos misa. Así que a partir de aquella primera vez seguimos, el Ruso y yo, viéndonos todos los días, ya fuera en el gimnasio, en el desayuno, en la comida, en la cena, en terapia ocupacional, en la salita de estar, por el pasillo o en la misa de los domingos.
Como es natural al principio yo no tenía amistad con él, aunque pronto la amistad empezó, pero recuerdo que José Rodríguez (El Ruso) era como el líder de la planta. Tenía verdadera confianza con todos los parapléjicos y con todas las personas que trabajaban allí y en las plantas de abajo; ya fueran: médicos, enfermeras, celadores, auxiliares, monjas etc. Él era el que se entrevistaba con el doctor Mendoza o la supervisora, Sor Milagros, si la atención a los residentes no era la correcta; como aquella vez que los parapléjicos que estaban más tiempo ingresados hicieron una concentración en el pasillo, frente al despacho del Doctor Mendoza, para reclamar más personal laboral y mejor atención sanitaria amenazando con hacer una huelga y llamar a la prensa si aquello que reclamaban no se conseguía. Ó aquella otra vez que los garbanzos del cocido salieron tan duros que los tirábamos contra el suelo y rebotaban hasta el techo y se formo tal alboroto sonoro en el comedor que tuvo que ser él Ruso el que hizo de portavoz ante Sor Milagros; para que esta bajara a hablar con el director del hospital para protestar por el hecho y que nos dieran mejor de comer. Y que conste que se consiguió porque a partir de entonces la comida para los parapléjicos fue mucho mejor.
Era tanta la confianza que tenían los que mandaban en la planta con José Rodríguez (El Ruso) que un día fue llamado al despacho del Doctor Mendoza, donde se encontraban los arquitectos que se encargaban de hacer el proyecto del nuevo hospital de parapléjicos que próximamente se iba a construir en Toledo, para requerir su asesoramiento sobre la anchura y desniveles que te tenían que tener las rampas; así como de las habitaciones, baños, etc.
Son muchos los buenos recuerdos que tengo de mi amigo José Rodrigez (el Ruso) pero con especial cariño me acuerdo de aquel día en el que me propuso formar parte del grupo de teatro de la planta y durante unos tres meses estuvimos ensayando (lo que me sirvió para fortalecer mi amistad con él y con todos los componentes del grupo) la obra de teatro El ABUELO CURRO la cual estrenemos con mucho éxito la tarde de Navidad y repetimos el día de Reyes. Y también aquella juerga que el grupo de teatro: El Ruso, Llamas, El Canario Chico, Sigfredo, Mª Jesús, Padín, Ángel y algunas enfermeras y auxiliares y yo, hicimos una noche en la habitación de Gonzalo y Llamas que también formaban parte del elenco teatral.
José Rodríguez (El Ruso) y yo éramos amigos desde hacía cuarenta años y aunque nos intercambiamos nuestras respectivas direcciones y teléfonos -él me ofreció su domicilio en Madrid y su apartamento en Cullera para cuando yo quisiera ir- y no nos escribíamos ni nos llamábamos; los dos sabíamos que estábamos allí y nos alegrábamos mucho cada vez que nos veíamos en los cursos de ASPAYM; ya fuera en Valencia o en Toledo.
Durante su estancia en el hospital; mi admirado amigo: el tetrapléjico José Rodriguez (El Ruso) trabajo con tanto ahínco en el gimnasio como en terapia ocupacional, siendo uno de los primeros ejemplos de valentía y superación, para después trabajar durante el resto de su vida por y para los parapléjicos. Y ahora, que se nos ha ido, se merece estar el mejor de los sitios: en el cielo donde también se encuentran otros parapléjicos tan valientes como él. Y seguro que allí estará.
Luis Escribano Arellano
(Por parte de Madre)
En Buñol a 10 de noviembre del 2010
Para la revista de ASPAYM COMUNIDAD VALENCIANA Núm 68 (5ª época)